
El papa Francisco, el primer pontífice en la historia nacido en América Latina, mantuvo con esta región un vínculo tan cercano como complejo. Desde su elección en 2013 hasta su muerte a los 88 años, su papado estuvo marcado por gestos de profunda conexión con los feligreses latinoamericanos, pero también por tensiones políticas, desafíos pastorales y contradicciones que reflejaban los cambios de una Iglesia en transformación.
Su relación con la región fue peculiar desde el inicio. Apenas elegido, Francisco sorprendió al mundo al optar por el nombre de un santo asociado a la humildad y la pobreza, San Francisco de Asís, en lugar de honrar a figuras más tradicionales de la Iglesia. Era una señal de lo que vendría: un pontificado que buscaría acercarse a los marginados y desafiar las estructuras de poder, tanto dentro como fuera del Vaticano.
El primer papa latinoamericano y su mensaje social
Nacido como Jorge Mario Bergoglio en Buenos Aires, Argentina, Francisco llegó al papado en un momento en que América Latina, aunque seguía siendo el continente con más católicos del mundo, enfrentaba un declive en la práctica religiosa y un crecimiento de iglesias evangélicas.
Desde su primer viaje internacional —a Brasil en 2013, para la Jornada Mundial de la Juventud— dejó claro que su enfoque sería distinto al de sus predecesores. En lugar de limitarse a discursos teológicos, habló de injusticia social, desigualdad y corrupción, temas sensibles en una región marcada por la pobreza y la inestabilidad política.
“¡No se dejen robar la esperanza!”, exclamó en Río de Janeiro, en un mensaje dirigido especialmente a los jóvenes. Esta frase se convertiría en un lema recurrente de su pontificado, reflejando su intento por presentar a la Iglesia como una institución cercana a los problemas cotidianos de la gente.
Intervenciones políticas: Cuba, Colombia y más allá
Francisco no tuvo miedo de involucrarse en asuntos políticos delicados. Uno de sus mayores logros diplomáticos fue su rol en el acercamiento entre Cuba y Estados Unidos en 2014. El Vaticano sirvió como mediador en las negociaciones secretas que llevaron al restablecimiento de relaciones entre ambos países después de más de medio siglo de conflicto.
En Colombia, su apoyo al proceso de paz con las FARC fue clave para dar legitimidad moral a un acuerdo que dividía a la sociedad. Durante su visita en 2017, Francisco oró con víctimas y victimarios, subrayando la necesidad de reconciliación.
Sin embargo, no todas sus intervenciones fueron bien recibidas. En países como Venezuela y Nicaragua, donde gobiernos autoritarios enfrentaban críticas por violaciones a los derechos humanos, algunos sectores acusaron al Papa de no ser lo suficientemente firme en su condena.
Tensiones con la Iglesia latinoamericana
Aunque Francisco gozó de gran popularidad entre los fieles, su relación con algunos sectores de la jerarquía eclesiástica latinoamericana fue más complicada. Su énfasis en una “Iglesia pobre y para los pobres” chocó con estructuras clericales acostumbradas al poder y el privilegio.
En México, donde la Iglesia históricamente ha tenido una relación cercana con las élites, Francisco criticó abiertamente la corrupción y la violencia durante su visita en 2016. “No podemos permanecer indiferentes ante el sufrimiento de tantos hermanos”, dijo, en un claro mensaje a los obispos mexicanos, a quienes algunos acusaban de estar desconectados de la realidad social.
En Argentina, su tierra natal, la relación fue aún más tensa. Su pasado como provincial de los jesuitas durante la dictadura militar (1976-1983) generó críticas entre quienes lo acusaban de no haber hecho lo suficiente para proteger a las víctimas. Aunque él siempre negó estas acusaciones, el tema siguió siendo un punto sensible durante su papado.
El desafío evangélico y la pérdida de fieles
Uno de los mayores retos que enfrentó Francisco en la región fue el crecimiento de las iglesias evangélicas, que en países como Brasil, Guatemala y Honduras han ganado terreno rápidamente.
Mientras que el catolicismo perdía adeptos, los pastores evangélicos capitalizaban el descontento con mensajes más directos y una mayor presencia en comunidades marginadas. Francisco intentó responder con un lenguaje más cercano y una mayor apertura a temas como el divorcio y la homosexualidad, pero para muchos, estos cambios llegaron demasiado tarde.
Legado: ¿una Iglesia más cercana o una región más secularizada?
A su muerte, el balance de Francisco en América Latina es mixto. Por un lado, logró algo que ningún otro papa había conseguido: humanizar el papado, mostrándose accesible, emocional y comprometido con los problemas sociales. Sus gestos —como lavar los pies a presos, abrazar a enfermos o usar un lenguaje coloquial— resonaron profundamente en una región donde la religión sigue siendo un pilar cultural.
Pero, por otro lado, no pudo revertir el declive institucional del catolicismo en la región. Los escándalos de abusos sexuales, la burocracia eclesiástica y el avance de otras religiones siguen siendo desafíos pendientes.
Francisco deja una América Latina que lo admira pero que, al mismo tiempo, se aleja cada vez más de la Iglesia que él intentó reformar. Su legado, como su pontificado, estará marcado por esa paradoja: un papa que quiso acercar la Iglesia a la gente, en un mundo donde la fe ya no es lo que era.